La situación pandémica generada por el virus COVID-19, ha desvelado de manera clara el proceder de la burguesía en su diversidad de formas de Estado: monárquicos, presidencialistas, parlamentarios, militarizados o una mistura de todo; sean tildados de derecha, de izquierda o progresistas.
Del raído disfraz al que llaman democracia, que trata de encubrir la dictadura de la burguesía y su sistema de apropiación de capital, se han visto hasta las costuras.
La humanidad ha sufrido variedad de plagas a lo largo de su historia; desde las que reportan los lejanos relatos sumerios hasta las más recientes que provoca esa amalgama química a la que llaman virus, de los que se estima que hay tantos como estrellas en el firmamento.
Ébola, Dengue, Paludismo, Cólera, Sarampión, Meningitis, Difteria, Fiebre amarilla, Chikunguña, Zica e inclusive SIDA, son plagas endémicas en aquellos territorios de los que sólo se conocen por documentales anodinos: Estados con desarrollo capitalista precario.
Los Estados burgueses desarrollados, disimulan su hipocresía con el envío a esas zonas de lo que llaman ayuda humanitaria, además de aquella tropa de adocenamiento que son las misiones religiosas o ese grupo de ONGs, dizque sin ánimo de lucro; ambas trafican con la pobreza y su verdadera labor es aplacar cualquier posible levantamiento o rebelión; al menos, no siempre lo consiguen.
El Paludismo, que acompaña a la humanidad desde sus inicios, no tiene vacuna. Se estima que ocasiona la muerte a 400.000 personas al año, más de la mitad en niños.
El Dengue, cuya incidencia es de 100 millones de contagios al año, tiene apenas una vacuna que no sirve para toda la población.
El Paludismo lo propaga un parásito; el Dengue, un virus. Ambos son transmitidos por mosquitos que se procrean en aguas estancadas; una imagen que nunca aparecerá en algún reportaje turístico africano.
Mientras sean endémicos, allí donde se extienda la ira de Inanna, la metrópoli descansará tranquila.
Bastará que una infección aceche a los centros de poder para que un ejército de científicos se afane en busca de la protección. Y hasta en ello imponen su huella.
La actitud de los Estados burgueses, de todo jaez, ha sido criminal. Establecieron un medroso límite de contactos y utilizaron como mejor protección una pieza del siglo XIV.
Con el pretexto de proteger la economía y a esa aberración surgida del declive del capitalismo a la que llaman entrepeneur y el subproducto pequeña y mediana empresa; en realidad protegían a los grandes capitales que no podían permitir que sus ganancias se estancaran.
Ahora bien, la actitud criminal de los Estados burgueses no sólo fue facilitar la circulación de mercancías y el consumo, sino hacer de las necesidades sanitarias de la población un beneficio más para sus amos. En el Estado burgués, la salud es un servicio no un derecho y como tal un posible negocio.
Es así que los laboratorios privados, cuya filosofía no es prevenir las enfermedades sino fomentar el tratamiento médico, inclusive crónico, se vieron de manera excepcional beneficiados con la desgracia y la muerte de millones de seres humanos.
En una carrera diabólica, dieron con soluciones que ya tenían en ciernes; las mismas que no pueden aplicar en las zonas de exiguo desarrollo capitalista porque no garantizan sus beneficios. Negociaron en secreto los precios para evitar el escándalo general. Y puesto que, al ser una pandemia muy transmisible; si no se curan todos no está garantizada la propia curación o prevención de la metrópoli; recurren a los donativos; o sea, los Estados burgueses desarrollados compran al precio secreto establecido y luego donan las vacunas a las zonas misérrimas donde es imposible su venta. El beneficio está garantizado. Y así es como los dueños de los laboratorios han multiplicado sus ganancias en directa proporción a la muerte de la población.
En el momento en que hubo una tímida pugna entre burócratas internacionales sobre la posibilidad de liberar las patentes de las vacunas, se hicieron pedidos millonarios para garantizar la posible ganancia de los laboratorios ante esa peregrina idea.
Esta es la perversión del Estado burgués y sus aliados pequeño-burgueses; ante ello, los comunistas tenemos nuestra alternativa.
Los trotskystas entendemos que toda necesidad humana jamás puede ser objeto de negocio: vivienda, salud, alimentación y formación, son derechos que la sociedad tiene que garantizar. Con lo cual, es incompatible la propiedad privada en estas actividades, ni siquiera del tipo cooperativista como proponen los pequeño-burgueses izquierdistas.
Los comunistas sólo confiamos en la intervención consciente de quienes realmente generan valor en la producción, por eso proponemos el control de los trabajadores.
Los trotskystas no confiamos en la administración de la pequeña burguesía por muy bien intencionada que parezca con sus fórmulas democrático-burguesas o progresistas. No nos interesan administradores de izquierda.
Proponemos:
Control de la Banca, y así conocer de los manejos especulativos y de la generación de capital ficticio.
Control
de los laboratorios y liberación de patentes. Develar los precios de venta de las vacunas e imponer un 95% de impuesto a las ganancias.
Control de todo el sistema sanitario.
Control de la educación hacia una escuela única y laica.
Control de todos los servicios de energía.
Control sobre la distribución de alimentos.
Los comunistas sabemos que la garantía para toda administración la tiene el control de los trabajadores, nadie mejor que ellos saben sobre la producción.
Ahora bien, sabemos que ello no ocurrirá mientras persista el Estado burgués y sus aliados pequeño-burgueses y la protección de un ejército defensor de la burguesía y sus intereses.
Los trotskystas no confiamos en los gobiernos de los partidos de la burguesía y pequeño-burguesía, se llamen socialistas, izquierdistas o progresistas.
No soñamos con la nostálgica Arcadia de Virgilio; los comunistas llamamos la atención sobre los hechos y decimos claramente que sin una actitud responsable de los trabajadores sí que será una quimera.
Sólo la acción consciente y revolucionaria de los trabajadores logrará dar el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad.